La última noche de Boris Grushenko: ¿La peli más divertida de Woody Allen?

La última noche de Boris Grushenko (Love and Death, en su nombre original) es, según el propio Woody Allen, su película más divertida.

Es cierto que la película contiene mucho de ese aroma irónico, cínico e irreverente de sus mejores films, pero creo que le falta mucho para ser un gran ejemplo del género absurdo.

El protagonista, Boris, es el típico alter-ego de Allen que hemos visto en otras películas. Cobarde y atolondrado, todo debería salirle mal. Pero va tirando… Aquí no estamos en el Nueva York del siglo XX sino en la Rusia del XIX, el escenario de sus admirados literatos.

Boris es reclamado por su país para ir a la guerra contra Napoléon. Lo lógico sería que muriera pero acaba la contienda siendo un héroe de guerra. También sale vivo de un duelo al que se bate con un gran tirador, con cuya bella novia se ha acostado previamente. Como su amada prima Sonia piensa que va a morir a manos del tirador, accede a casarse con él como último deseo. Y con ella hace un “last dance”: hacerse pasar por un caballero español amigo del hermano de Napoléon para acceder a él y matarlo. Acabarían así todas las guerras, piensan.

Y todo ello aderezado con cómicas y sesudas disquisiciones sobre la vida, la muerte, la existencia de Dios y la legitimidad del hecho de matar. ¿Si no existe Dios es lícito matar?, ¿existe la ética si no existe Dios?

Boris quiere creer en Dios, y le pide una señal. La señal parece llegar al final, cuando una aparición le comunica que no le van a colgar por haber intentado matar a Napoleón (en realidad, ha matado a su doble). Pero la aparición es falsa, lo acaban matando. Y él, junto a la muerte, acude a despedirse de su amada Sonia. Quizás sí hay Dios, explica, pero no ha tenido mucha suerte haciendo a los humanos.

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