Hannah y sus hermanas: La búsqueda infructuosa de Dios

Ayer, aproximadamente 20 años después, volví a ver Hannah y sus hermanas, la película con la que Woody Allen consiguió en 1986 su tercer Premio Oscar, después de los dos conseguidos por Annie Hall. Michael Caine y Dianne Wiest lograron, además, los Oscar a mejor actor y actriz secundarios por este film.

La película gira alrededor de dos historias entrelazadas. De un lado, la historia de tres hermanas, la mayor de las cuales, Hannah, es el apoyo tanto emocional como a veces económico de sus dos inestables hermanas pequeñas, Holly y Lee. Holly busca su lugar en el mundo mientras que Lee, atrapada en una relación tipo Pigmalión, acaba enamorándose del marido de Hannah. Esta historia permite la aparición de temas recurrentes en la obra de Woody Allen: El artista poco capacitado para las relaciones personales (el novio de Lee), la frustración (Holly), las envidias (entre las hermanas), la infidelidad (Lee y el marido de Hannah)… Y, por supuesto, Nueva York. Siempre Nueva York. 

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Mia Farrow, Barbara Hershey y Dianne Wiest son Hannah y sus hermanas. 

Sin embargo, a mí me interesa más la segunda historia. La del ex marido de Hannah, Mickey, un ex realizador de TV hipocondriaco al que da vida Woody Allen y que va en busca de las grandes verdades de la vida. Creo que la película gana ritmo, humor y genialidad cuando aparece Mickey en escena y pierde interés cuando se centra en las hermanas (aunque quizás mi poco aprecio por Mia Farrow no me permite ser demasiado objetiva).

La búsqueda de Mickey se inicia después de su enésimo (como le recuerda su ayudante en la tele) episodio de hipocondría. Una leve sordera en un oído le hace pensar que puede tener un tumor cerebral, por lo que cree que si la vida es tan frágil necesita algo más sustancial a lo que aferrarse. Busca, como tantas personas, en la religión. Pero no encuentra demasiado.

Trata de hacerse católico (con el consiguiente enfado de sus padres judíos) y casi le exige a un cura que le “convierta” al catolicismo, así, por arte de magia.

Cura: ¿Por qué quiere usted convertirse al catolicismo?

Mickey: Bueno… porque tengo que poder creer en algo, sino la vida carece por completo de sentido.

Cura: Lo comprendo pero,  ¿qué es lo que le llevó  a usted a decidirse por la fe católica?

Mickey: Bueno, ¿sabe? En primer lugar porque es una religión muy hermosa,  y es una religión sólida,  está muy bien estructurada. Quisiera entrar en la facción que milita en contra de la religión en las escuelas y contra la nuclearización..

Cura: O sea, que de momento usted no cree en Dios..

Mickey: No, pero deseo creer. estoy dispuesto a hacer lo que sea, ayudaré a hacer una mona de pascua si es necesario, necesito alguna prueba definitiva, ¿no comprende? Si no puedo creer en Dios no creo que valga la pena seguir viviendo…

La “conversión” de Woody Allen al catolicismo deja una de las mejores escenas cinematográficas mudas que he visto: Mickey llega a casa con una bolsa de la compra y saca de ella un crucifijo, una imagen de Jesucristo, un paquete de pan de molde y un bote de mayonesa Hellmann’s (lo podéis ver a partir del minuto 3 con 45 segundos del vídeo anterior). ¿Cuántas palabras harían falta para decir lo que Woody Allen dice en esta escena de apenas 20 segundos?

Pero a Mickey parece no convencerle el catolicismo y decide “probar” con los Hare Krishna, aunque descarta rápidamente la idea.

Mickey: “Vosotros creeis en la reencarnación y por eso me interesa.

Hare Krishna: ¿Cuál es tu religión?

Mickey: Soy judío pero el invierno pasado intenté hacerme católico pero la cosa no funcionó. Lo estudié y puse interés e hice un gran esfuerzo pero para mí el catolicismo era morir ahora o pagar después, y la verdad, no me iba…

Hare Krishna: ¿Tienes miedo a morir?

Mickey: Sí, naturalmente, ¿usted no? Pero permítame una pregunta: ¿La reencarnación significa que mi alma iría a parar a otro ser humano o volvería en plan foca u oso hormiguero?

….

Mickey, a sí mismo:  “No fastides. Tú, ¿Hare Krishna? ¿Te vas a rapar la cabeza, ponerte una toga y bailar en los aeropuertos?”.

La infructuosidad de la búsqueda espiritual de Mickey le conduce a flirtear con el suicidio hasta que, por casualidad, deambulando por las calles, entra en un cine en el que están proyectando “Sopa de ganso” de los hermanos Marx. Mickey ya ha encontrado una razón para vivir: “¡Qué diablos! No todo es malo”, exclama. “¿Por qué no dejo de destrozar mi vida buscando respuestas que jamás voy a encontrar y me decido a disfrutar mientras dure?”, se pregunta.

El mensaje vitalista no acaba aquí. Si en un momento de la película, tras dudar de todos los filósofos porque “han escrito millones de libros y al final ninguno de ellos sabe más que (él)  sobre las cuestiones transcedentales de la vida”, acaba sugiriendo que quizás los poetas tienen razón y quizás el amor es la única solución.

La escena final con la que se cierra la película -perdón por el spoiler- es quizás la confirmación de esta posibilidad: El amor acaba siendo la solución.

Pese a que el amor, en Woody Allen, ni es para siempre ni lo resuelve todo. Pero mientras parezca que sí, vivámoslo. Como Mickey y la hermana mediana de Hannay, Holly. Perdón, de nuevo, por el spoiler.  

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